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Con la misma desenvoltura que demostrara en su debut (Cosas vivas, Periférica, 2018), Munir Hachemi se atreve con la ficción especulativa—¿acaso no son especulativas todas las ficciones?—y logra articular en El árbol viene un dispositivo tan insólito como alucinante. A través del relato del Arqueólogo, que se intercala en la narración con fragmentos de su diario y de los informes que escribe tras un período de convivencia con los mulai, los lectores se adentran en la historia de una civilización surgida por accidente, fruto de una misión espacial que cayó en el olvido.
Los mulai no sólo han conseguido sobrevivir y perpetuarse en unas condiciones climáticas extremas, sometidos a unas estaciones imprevisibles, sino que han desarrollado una forma de relacionarse que tiene algunas características de lo más inspiradoras: cada individuo trabaja cuando y en lo que quiere, no hay jerarquías sociales, no existe la propiedad y siempre se agrupan de tres en tres. El dios al que rezan, Dog, sólo puede ser objeto de agradecimiento, nunca de súplica, y el cierre de sus oraciones siempre es ternario: «El árbol viene, el árbol viene, el árbol viene», para ellos, el vago recuerdo de una tierra frondosa funciona como el de un paraíso perdido.
Al igual que los grandes clásicos del género, y valiéndose de saberes tan diversos como la lingüística o la filosofía, Hachemi se aproxima a nuestras preocupaciones más acuciantes—la emergencia ecológica que nos acecha, los desmanes de unas dinámicas de consumo que condicionan casi todas las facetas del ser humano—a bordo de un artefacto lúdico, poético y de imaginación desbordante que nos obliga a observar el mundo que habitamos con ojos nuevos.
Los mulai no sólo han conseguido sobrevivir y perpetuarse en unas condiciones climáticas extremas, sometidos a unas estaciones imprevisibles, sino que han desarrollado una forma de relacionarse que tiene algunas características de lo más inspiradoras: cada individuo trabaja cuando y en lo que quiere, no hay jerarquías sociales, no existe la propiedad y siempre se agrupan de tres en tres. El dios al que rezan, Dog, sólo puede ser objeto de agradecimiento, nunca de súplica, y el cierre de sus oraciones siempre es ternario: «El árbol viene, el árbol viene, el árbol viene», para ellos, el vago recuerdo de una tierra frondosa funciona como el de un paraíso perdido.
Al igual que los grandes clásicos del género, y valiéndose de saberes tan diversos como la lingüística o la filosofía, Hachemi se aproxima a nuestras preocupaciones más acuciantes—la emergencia ecológica que nos acecha, los desmanes de unas dinámicas de consumo que condicionan casi todas las facetas del ser humano—a bordo de un artefacto lúdico, poético y de imaginación desbordante que nos obliga a observar el mundo que habitamos con ojos nuevos.
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Reviews
"«Cosas vivas acierta en la extensión, tiene personalidad y juega con la ramificación narrativa al hacernos avanzar en línea recta entre círculos de información anexa. La autoficción como arma y escudo al mismo tiempo.»"
El País
"«Cosas vivas es una sorprendente primera novela que se lee con fruición, sin descanso, y que de manera ágil y muy amena combina el humor con la reflexión sobre la alimentación de la especie humana. Relato de iniciación que huye tanto de la pedantería como de la intrascendencia, Cosas vivas tiene gracia, sentido y una potente carga de crítica política.»"
recomiendan
"«Cosas vivas ahonda en los principales males de nuestro siglo (la inmigración forzosa, la explotación laboral y las atrocidades a manos de la industria alimentaria) sin necesidad de edulcorar una sola página.»"
Granada Hoy